miércoles, febrero 09, 2011

SE PERDIERON TANTAS COSAS (III)

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Bueno, pues aquí estamos otra vez. Alguien dijo que la pereza es la madre de todos los vicios. Yo me tomé un descansito para las Navidades, pero la pereza me ha podido hasta ahora. Pero nuestro refranero es sabio (algún día habrá que echarle un vistazo al refranero, tan olvidado por nuestros jóvenes), y no hay mal que cien años dure, lo cual es estupendo porque ya estoy aquí otra vez al pie del cañón. Sigamos pues con cosas que se perdieron.

EL CARRITO DE LOS HELADOS.- Pues como su propio nombre indica, era un carrito adaptado para conservar los helados. El heladero se paraba en un sitio determinado, o bien otros iban empujando el carro de calle en calle y vendiendo a su paso.

Los helados en aquella época eran sota caballo y rey. El polo de nieve, de forma rectangular y que podía ser de distintos sabores (limón el amarillo, fresa el rojo, negro el chocolate, etc.), era solamente nieve a la que le añadían algún tipo de colorante y aroma supongo (recuerdo que se decía que lo que le añadían era fuchina). El napolitano, de forma redonda que solía ser de uno o dos sabores; por regla general eran de vainilla, chocolate y fresa o si eran de dos sabores la vainilla combinada con cualquiera de los otros dos; éste era un helado ya elaborado con leche, y era bastante estimado porque tenía buen sabor. Por último estaba el corte, que era un trocito de la típica barra entre dos galletas.

Recuerdo que a posteriori aparecieron los popsicles, que eran algo intermedio entre el polo de nieve y el napolitano. No había mucho más; como ven, nada, comparado con la ingente cantidad de sabores y texturas de hoy en día, pero quizás porque no se comían todos los días es por lo que nos sabían a gloria, y por eso ver aparecer el carrito de los helados representaba una algarabía.



( Carrito de helados de la Ibense; empresa antiquísima de origen gaditano que todavía existe)

LA CEBÁ.- Bueno, éste era su nombre de andar por casa; su verdadero nombre es la cebada, y aunque actualmente se ve poco en las casas ya que tiene más que nada usos industriales, en los años 50-60 era un artículo de uso común. ¿Sorprendido/a? No se sorprendan.

En aquellos años el café era escaso, y cuando comenzó a comercializarse era caro para los bolsillos comunes. La cebá servía para mezclarla con el café y de esa forma gastar menos granos de café cada vez que se hacía. Recuerdo que la proporción debía ser aproximadamente tres partes de cebá y una parte de café. De esta mezcla, convenientemente molida a golpe de manivela con los antiguos molinillos, salía un café que previo colado para evitar que cayera en la taza la zurrapa, constituía, bien solo o acompañado con leche, el desayuno y merienda en la mayoría de las casas. Esta era una forma de hacer el hoy tan estimado café de pucherete.

¿Sólo se desayunaba este café? Claro que no; se acompañaba con lo que había, que bien podía ser pan partido a pellizcos que se echaba en la taza (café “migao”), o bien se podía tomar el pan directamente con aceite y azúcar o la clásica manteca colorá que vendían en las tiendas de ultramarinos a granel, envuelta en un papel satinado.

LOS TRANVÍAS.- Ya he hablado en este blog de los cobradores de tranvía y de cómo las vías del tranvía me ayudaron a llegar a casa en un grave trance. Ahora quiero recordar a los tranvías en si; aquel medio de transporte que durante muchos años antes de la guerra y también algunos años después era el medio de elección de los sevillanos que necesitaban desplazarse por su ciudad.



(Curiosa imagen del tranvía por el acueducto de la Puerta Carmona)

Es comprensible que tuvieran que desaparecer, ya que su deambular por medio de las calles más principales de la ciudad tenía que ser un impedimento importante para el tráfico rodado cada vez en mayor crecimiento a partir de los 60; pero… ¿a quién no le gustaría viajar 60 años atrás y dar un paseo por la ciudad montado en uno de aquellos viejos tranvías? Si lo logra tenga cuidado con sus brazos, ya que uno de mis recuerdos, esos recuerdos indelebles que siempre quedan en nuestra mente de nuestra época de chiquillo, es el de mi madre diciéndome, no saques el brazo por la ventanilla que el otro día una mujer lo llevaba fuera y se cayó la ventana y le cortó el brazo.



Las ventanas de aquellos tranvías eran de dos hojas, iguales, de las cuales la baja era corrediza sobre la alta que era fija. No creo que si una de esas ventanas cayera lo hiciera con la suficiente fuerza como para cortarle el brazo a nadie, ya que no eran de ningún elemento cortante, sino de madera (el marco alrededor del cristal), pero aun así yo me guardaba mucho de sacar el brazo por la ventanilla.

Otra costumbre inherente a los tranvías era pasearse en ellos subido al tope. Por lo general eran chiquillos que se daban un paseito, pero supongo que también habría algún que otro aprovechado que a base de viajar así se ahorraba el billete.


Otra cosa que solían hacer los chiquillos era montarse atrás en un coche de caballo, pero aquí si que había peligro, ya que era fácil que el cochero te detectara (a veces no), y solían gastar muy malas pulgas.
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