viernes, abril 17, 2015

MÁS COSAS QUE SE PERDIERON Y PALABRAS EN DESUSO (II)

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LA COPA Y LA ALUCEMA.- En un escrito de hace ya ni sé el tiempo, les dije que un día les hablaría sobre aquella copa de cisco picón y carbón que cada mañana de invierno mi abuela preparaba con un ritual ancestral. Bueno, yo no sé si en su casa se le decía brasero, pero en mi casa de toda la vida se le llamaba la copa y así es como me gusta nombrarla.

El hecho es que mi abuela, una señora vestida permanentemente de negro por el luto de su marido muerto años atrás, con el pelo cano y largo, recogido en un moño, babuchas negras propias de señora mayor y delantal para las faenas, todas las mañanas se cogía la copa, le echaba un primer lecho de cisco picón (que ardía más rápido que el carbón) y con la ayuda de alcohol de la farmacia le prendía fuego para a continuación ir añadiendo el carbón. Y luego, a aventar con la ayuda de un soplillo o un cartón cualquiera. Y cuando por fin el carbón prendía, terminaba echando una capa de ceniza de la copa de la noche anterior, para por último llevarla dentro de la casa, porque debo de decir que esta labor la hacía en el corredor, supongo que para evitar el posible riesgo de incendio dentro de la vivienda.

Y así, en las frías noches de invierno, sin televisión, la familia se reunía alrededor de una mesa de camilla y la radio, que fuera de ella hacía un frío que pelaba.

Niño, mueve la copa”

¿Dónde está la badila?”

Así no se mueve niño, primero se va moviendo de los lados hacia arriba y después se echa la firma en el centro”.

Echa un poco de alucema”. La alucema en mi casa se guardaba en una lata tipo Cola-Cao. Como era barata, no era necesario escatimar demasiado con ella, de forma que añadiendo un buen puñadito se levantaba una humareda que llenaba de su agradable olor toda la casa.



Y a la hora de acostarse, con una tapadera de cacerola se tapaba y apretaba fuertemente la copa para que se ahogaran las brasas por falta de oxígeno. 

Aunque hace muuuuuuchos años que no huelo alucema, parece que, si me esfuerzo, todavía puedo sentir en mi pituitaria aquel olor tan característico.

LAS CAJAS DE CERILLOS.- Obviamente, para prender el alcohol necesario para que el cisco ardiera se necesitaba una fuente ignífuga, y ésta no era otra que una caja de cerillos. Pero las cajas de cerillos en aquellos años tenían un aliciente. Se decía que despegando el rascador, si la barra que éste ocultaba era de color, ésto representaba un premio en metálico.

La verdad es que yo despegué muchas veces en mi infancia ese rascador con la esperanza de ver que la raya, que siempre era negra, cambiaba algún día de color y nos tocaba algo. Pero como quiera que la dichosa barra nunca dejó de salir negra, con el tiempo llegué a pensar que se trataba de un bulo no confirmado y que realmente ni había premios ni nada.

Con el tiempo, y gracias a Internet, pude comprobar que sí era vedad que el premio existía, otra cosa era a quién le tocaría, porque yo nunca oí de nadie. Además, gracias a Internet hasta he podido conseguir una foto de una de aquellas cajas.



BIEN DESPACHAO.- “Niño, ponme un cuartito de chorizo y dámelo bien despachao”. El “dámelo bien despachado” era una fórmula habitual entre las amas de casa de aquellos tiempos, que al contrario de las de hoy, que tan sólo tienen que ir al supermercado y tomar lo que necesiten, tenían que vérselas siempre que lo necesitaran con el tendero.

No tengo ni idea de dónde pudo acuñarse una frase tan maja y tan escuchada en aquellos años; pero no me extrañaría que fuera como consecuencia de la existencia de algunos tenderos sin escrúpulos que amañaran los pesos. Y al parecer, a la hora de pedirle algo al tendero las mujeres se quedaban más tranquilas si el peso en cuestión marcaba algo más de lo que se había pedido, ya que así, si el peso estaba amañado se compensaba con el colmo que la mujer pedía se le echara con la genial frase “Dámelo bien despachao”.

Ya tenemos encima la Feria y quiero aprovechar para desearle a todos mis lectores que les haga buen tiempo y se diviertan mucho. Una vez pasada la Feria retomaré los escritos de sevillanas antológicas, siendo el año 83 el que trataré; un año, por cierto prolífico y venturoso donde los haya.


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miércoles, abril 08, 2015

MÁS COSAS QUE SE PERDIERON Y PALABRAS EN DESUSO (I)

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Voy a retomar una sección de este blog que en su día gustó mucho a mis lectores y que se llamó “Se perdieron tantas cosas”.

Ha pasado ya un tiempo desde que terminé de publicar los escritos antedichos y por un lado mi memoria y por otro el devenir diario de las conversaciones con mi familia han sacado a la luz esta nueva remesa de cosas y frases o palabras en desuso que les traigo ahora y que espero que les guste.

Y este primer escrito lo voy a dedicar a algunas cosillas que podían verse en prácticamente todas las casas en aquellos años. Lamento que algunos quizás no resulten especialmente agradables para alguien, pero yo no puedo borrar mi memoria como tampoco el hecho de que eran utensilios comunes en aquellos años.

LA ESCUPIDERA.- Denominada por muchos orinal, que suena mucho más fino, la verdad es que estos utensilios, que normalmente era de porcelana, se hacían totalmente imprescindibles en las casas de vecinos, ya que como expliqué en su día, en las casas no solía haber cuarto de baño y el único baño (común), solía estar en algún lugar del pasillo, fuera de las casas, por lo que los vecinos, especialmente en invierno, pasaban de salir de la cama calentitos al frío pasillo para hacer sus necesidades menores, y la escupidera cumplía perfectamente la necesaria labor de desahogo para las atribuladas vejigas.



No voy a explicar su funcionamiento; primero porque resulta bastante obvio y segundo porque no quiero ofender la sensibilidad de mis lectores.

PERA PARA AYUDAS.- Eran éstos unos utensilios de goma que servían para hacer lavativas, Cosas que hoy en día se suelen resolver con cualquier medicamento al efecto, antiguamente necesitaban la parafernalia de una palangana con agua templada y esta pera.

Al igual que en el caso anterior voy a obviar el comentario sobre el funcionamiento del artefacto en cuestión, porque puede resultar igualmente de desagradable y porque en realidad creo que incluso quien no haya visto nunca estas peras habrá comprendido enseguida.



Pero eso sí; no voy a dejar de pedirles que se asombren ustedes con la disparidad de rasero para un utensilio y otro. El más fino orinal era denominado generalmente por el basto escupidera. Mientras que una lavativa cruda y dura la nombraba la gente por el más fino “ayuda”.

TENER UN TRAJÍN.- Pero que gracia me hace esta frase y que recuerdos más extraordinarios me trae. Recuerdos de confusión cuando en conversaciones entre vecinas esta frase se escapaba y mi mentalidad de niño era incapaz de comprender su significado.

Es evidente que quizás mucho de ustedes estén pensado que tener un trajín era traerse entre manos algo trabajoso y fatigado, que cuadraría con su verdadero significado, pero nada más lejos de la verdad.

Es muy curioso que busco en Internet “tener un trajín” y por ningún lado aparece el significado que en aquellos años las marías daban a esta frase, y es por ello que debo de suponer que era un término coloquial usado sólo a nivel local. Estoy seguro de que a alguno de mis lectores le traerá un grato recuerdo esta frase.



A buen seguro ustedes ya estarán adivinado por dónde van los tiros. Entren en situación: Corredor de una casa de vecinos; Pepa viene del patinillo, María sube de comprar el pan, Manuela sale a hacer un mandado. Todas confluyen en el corredor y se ponen a charlar. Al oírlas dejan sus quehaceres momentáneamente y se unen a la conversación Francisquita y Antonia. Esta podría ser parte de la conversación:

María.- Pues no sabéis que me acabo de cruzar en la calle a D. Juan, el vecino del 14. Iba como un pincel.

Manuela.- ¿Como un pincel un día entre semana?

María.- Como te lo digo. Y al pasar por mi lado me ha dado un olor a colonia buenísimo.

Cualquiera de ellas.- Ése, seguro que tiene un trajín. Pobrecilla su mujer.

Tal vez por la exacerbada moralidad de aquellos tiempos las vecinas obviaban decir que D. Juan tal vez tuviera una querida y en su lugar el menos ofensivo trajín representaba un buen sustitutivo.

Nos vemos en el próximo ¿Usted no tendrá un trajín, verdad?


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