EL
TAPÓN DE LA LUZ.- El tapón de la luz no era otra cosa que lo que hoy
se llama fusibles. Por aquellos años 50 y 60 se trataba de una pieza
rectangular de cerámica que en su parte interior llevaba un hueco
por donde corría el filamento. Pero el caso era que este filamento
debían de ser de un material poco fiable en aquella época, porque
se iban con suma facilidad y había que reponerlo a menudo, sin
contar con que normalmente saltaba de noche y te dejaba sin luz.
Como puede verse en la siguiente foto, esta especie de tapón iba encajado en el añadido de madera sobre el que se asentaba el contador.
Como
creo que ya comenté en algún escrito, los contadores en aquellos
años estaban dentro de las casas. Ésto dio lugar al siguiente dicho
que les traigo.
¡OJÚ,
EL DE LA LUZ! ¡Cómo han cambiado los tiempos! Hoy en día si la
compañía eléctrica te tiene que cortar la luz lo hace a distancia,
desde sus propias dependencias y a través de esos contadores
inteligentes que están conectados con ella.
Pero
en aquellos años ocurría que, en primer lugar nadie pasaba los
recibos por el Banco, sino que la Sevillana tenía cobradores por las
casas cobrando los recibos y al mismo tiempo leyendo los contadores.
Ésto daba lugar a que las vecinas con dificultades económicas le
dieran largas con nuestro particular gracejo a los cobradores.
-
Mi arma, pásate otro diita, hijo. Que este mes se me ha puesto mi
padre malo y he tenido que comprar medicinas.
-
Niño, vamos a dejarlo para más adelante, que este mes me coges muy
mal, hijo. Pásate dentro de quince días
-
Anda, no seas “malage”. Ya sé que has venido tres veces, pero a
la próxima te pago.
Claro
que... todas las cosas tienes su principio pero también su fin, de
forma que ya un día el cobrador llegaba provisto de sus alicates y
si no se le pagaba pasaba al interior de la vivienda y cortaba (lo
que tuviera que cortar que no sé que sería) y dejaba sin luz a la
familia.
A
cuento de éso, nació ésa frase que si bien luego se generalizó
para aludir a cualquier cosa extraordinaria, su origen estaba en el
avistamiento de lejos del empleado uniformado y el temor al corte.
¡Ojú, el de la luz!
LOS
DIENTES DE ORO.- Realmente, no sé si los dientes de oro se han
perdido absolutamente, pero lo que si sé es que son muy difíciles
de ver. Por un lado, la ostentación que pretendidamente representaba
un diente de oro en los años 50 y 60 no cuadra con la mentalidad de hoy en día, y por otra nuevos materiales mucho mejores con los que
se fabrican hoy en día las piezas dentales también habrán tenido
algo que ver con ello.
Seguramente
si este blog lo lee gente joven, muchos de ellos se sorprenderán de
este atributo de riqueza que, dicho sea de paso, era más feo que
pegarle a un padre.
EL
GUARDIA DE LA CAMPANA.- Ya escribí en este blog sobre los guardias
urbanos que controlaban el tráfico antes de la aparición de los
semáforos. Pero hoy quiero escribir sobre el más famoso de aquellos
guardias urbanos, fuera quien quiera que fuera: El guardia de la
campana.
Y
es que la notoriedad que adquirió este guardia, que supongo que
rotarían y por tanto no necesariamente sería siempre la misma
persona, proviene principalmente de frases hechas que salieron en
aquellos años y que lo hacían protagonista en las conversaciones
cotidianas de los sevillanos.
-
Allí va a ir el guardia de la Campana
-
Eso no se lo cree ni el guardia de la Campana
-
Te lo va a traer el guardia de la Campana
Como
ustedes pueden observar, las frases que aludían a tan nombrado
personaje eran todas ellas de negación, o sea, contestando que no
estábamos dispuestos a ir, creer, traer o llevar y que en nuestro
lugar fuera el guardia de la Campana, de la misma manera que hubiera
podido ser el guardia de la Plaza Nueva. Pero no, el guardia más
famoso de Sevilla fue, por derecho propio, el de la Campana.
Les espero en el próximo escrito. No se vayan muy lejos.